Playa del Sur


Fotografía: Playa del Sur (Michael Khan)

Todo sucedió en una Playa del Sur. Me enamoré, se enamoró. La diferencia de edad no era un obstáculo para nosotros. El verdadero problema era la actitud de su hijo. Vivían juntos en la casa de la playa, con absoluta libertad ambos, pero con la semi-dependencia emocional que supone una relación de auténtico amor. Su hijo no me aceptaba, creía que no era más que una cazafortunas que pretendía, y lo había conseguido, engatusar a su padre para vivir a su costa. Su padre no era un multimillonario, pero sí disfrutaba de una holgura económica que podía convertirlo en objetivo de ese tipo de mujeres, así que yo comprendía la actitud de ese hijo cariñoso que, en realidad, lo único que pretendía era proteger a su padre de lo que él creía una relación peligrosa. Esa comprensión facilitó las cosas cuando decidí marcharme. Le expliqué mis razones:

- Tu hijo no me acepta, lo sabes. Y si no me acepta terminará alejándose de ti y eso te hará daño. No quiero que eso ocurra. Te quiero demasiado para hacerte pasar por eso. Lo mejor es que me vaya.

Intentó convencerme, pero seguí haciendo mi maleta. Cuando lo tuve todo listo, él me ayudó a cargarla hasta el coche. Nos abrazábamos sin ser capaces de separarnos cuando oímos unos gritos acercándose y haciendo resonar mi nombre. Su hijo llegó hasta nosotros.

- Papá, me gustaría hablar un momento con ella- pidió.

Su padre, sin excusas absurdas, se alejó. Y entonces, cuando él ya no podía oírle, el hijo me habló:

- Lo siento.

- ¿El qué?

- Mi actitud. Soy un estúpido. Estaba totalmente equivocado contigo.

Algo en mi rostro debió de sugerirle la pregunta que no formulé. Y respondió a esa interrogación muda.

- Oí accidentalmente vuestra conversación. Ahora sé que le quieres. No sé cómo no lo vi antes. Al fin y al cabo, le queremos los dos, eso tenemos en común. Es un buen punto de partida para que seamos amigos. Por favor, quédate.

Le sonreí y saqué la maleta del coche en silencio. Me sugirió que le diéramos a su padre una sorpresa. Él se adelantó para prepararla.

Lo seguí y esperé en el porche, donde su padre no pudiera verme, el momento oportuno para reaparecer.

Cuando entré y vi sus ojos, supe que ya no volvería a separarme de él, que siempre nos amaríamos en la solitaria, tranquila y preciosa Playa del Sur.


© Raquel Méndez Primo 2006

No hay comentarios: