Le cafè Martin

Sus encuentros transcurrían ante dos tazas de humeante café. Su aroma los envolvía en una neblina fragante que los transportaba a un mundo sin dimensiones en las que sentirse atrapados, sin magnitudes precisas que los limitaran. Ante dos tazas de café humeante en Le Cafe Martin se les escapaba el tiempo y se diluía el espacio al abrigo de la conversación. Le Cafe Martin era su espacio y era su tiempo, fuera ya no había nada que pudiera interesarles. Ése era el lugar donde eran ellos, donde no había reservas ni pudores, donde lo más recóndito de cada uno afloraba sin freno ni medida. Hablar. Qué hermoso era hablar en ese lugar que tenían como propio, en ese acogedor y exclusivo Cafe creado por y para ellos. Fuera transcurrió el tiempo. Y se les coló por alguna rendija de silencio. El tiempo invadió Le Cafe Martin y ya nada fue lo mismo. Se les coló por alguna rendija de silencio el espacio y tomó sin asedio previo Le Cafe Martin, y ya nada volvió a ser lo que era. Las dimensiones reales cubrieron su mundo sin dimensiones ni límites y lo destruyeron. No supieron evitarlo. ¿No quisieron? Tal vez pensaron que, a pesar de todo, de todos modos ocurriría... Siempre les quedaría el poso de tristeza, nunca les quedará París.

A través de la ventana


Sonsoles
Visto lo visto (link en la imagen)


Viéndolo siempre todo a través de una ventana. Vivir sin vivir, protegido tras un cristal que le aisla del dolor pero también del gozo. Contemplar en la distancia, en la seguridad que le proporciona su voluntario encierro. Quién sabe si un día vencerá su miedo, arrojará la pereza lejos y saldrá, se zambullirá en la vida.


La Luna. Lo busqué en el diccionario: LUNA. Astro, satélite de la Tierra, que alumbra cuando está de noche sobre el horizonte.Lo busqué en la Enciclopedia: LUNA. La Luna es el único satélite natural de la Tierra. Es el astro más cercano a nosotros y el mejor conocido. Su diámetro es de menos de un tercio del terrestre (3.476 km), su superficie, una decimocuarta parte (37.700.000 km²), y su volumen alrededor de una quincuagésima parte (21.860.000 km³).Y en mis recuerdos: LA LUNA. Mi meta; mi sueño: alcanzarla un día.Y al fin lo busqué en mi corazón: LA LUNA. Lugar mágico e inaccesible, salvo para nosotros dos. Territorio ubicuo e inexplorado donde tal vez un día podamos dejar la huella de nuestros cuerpos amándose, fundiéndose al calor abrasador de una pasión sin límites ni trabas. Y entonces la LUNA será aún más mágica y misteriosa, será más hermosa aún y más lejana para todos, salvo para nosotros dos.Desnúdate, muéstrame tu cuerpo, que quiero conocer tu alma. Déjame saberte y pisemos la LUNA, esa luna nuestra y sólo nuestra, tuya y mía, que nos espera para no sentirse deshabitada y triste. Ven conmigo y habitemos la LUNA.

Voyeuse


Bendito aislamiento que le permitía tener las ventanas libres de persianas y cortinas en la seguridad de que nadie podría verlo.
Aquella escultura viva de alta estatura y proporciones perfectas estaba muy lejos de imaginar que alguien lo observaba. Pero así era.
Ella, la mujer de la casa del cerro, dedicaba su tiempo a contemplarlo a través de un telescopio que cuando se instalaron allí no quería; accedió al fin a tenerlo porque su marido estaba interesado por aquel entonces en la astronomía; un gusto que, como todos los suyos, fue pasajero y breve. Allí se quedó el instrumento y ahora lo utilizaba ella para fines que su esposo no hubiera sospechado jamás.
Desde su puesto de observación tenía acceso visual a todas las habitaciones de la casa del joven, salvo a una.Tampoco podía ver la entrada. Y allí, ante la lente cómplice, pasaba todas las horas que el joven estaba en su vivienda. Le gustaba contemplarlo durante el aseo, y cuando se duchaba, le excitaba contemplarlo cuando él satisfacía sus más naturales necesidades. Lo miraba cuando comía, y cuando arreglaba su casa, sin más ropa que unos boxer; lo observaba cuando el joven se sentaba a la mesa y comía mirando la tele, y cuando, arrellanado en el sofá veía una película para entretener sus noches solitarias. Lo miraba dormir, y masturbarse tumbado sobre la cama.
Ella, una mujer de madurez espléndida, frígida para un marido que complacía el menor de sus caprichos sexuales, incluso aunque le humillasen o le causaran dolor físico, se excitaba hasta el clímax ante la contemplación absoluta de un joven que realizaba sus actos cotidianos con la naturalidad del que no se sabe observado.
No siempre tenía ella ocasión de dedicarse a esta furtiva contemplación de una escultura cincelada en carne viva. No siempre estaba el joven en su casa ni faltaba siempre de la suya el marido desavisado.
Esa tarde ella estaba inquieta; llevaba unos días sin poder verlo. Mientras preparaban la mesa para cenar, su marido le dijo que después bajaría al Casino, a echar una partida nocturna de mus. Naturalmente, ella no puso inconvenientes. Con su mejor sonrisa le animó a hacerlo con la indicación expresa de que no se apresurase en volver, que ella estaría bien y comprendía que el juego suele prolongarse más de lo que uno prevé.
Después del café de sobremesa, la mujer se quedó sola. Miró por la ventana y vio a su marido bajando por el camino en la vieja moto que sólo utilizaba para eso. Recogió deprisa y fue a su dormitorio. El joven estaba en su casa, había luz en algunas habitaciones, pero pasaba el tiempo y no aparecía ante su vista. No podía más, tenía que verlo. Cuatro días sin contemplar aquel cuerpo desnudo la habían llevado a una impaciencia extrema que no podía soportar más. Tomó una decisión en cierta medida audaz. Rebuscó en el armario de los trastos unos prismáticos y, con el binocular colgado al cuello, bajó un trecho de cuesta hasta que encontró un buen lugar para observar: lo bastante alto para tener buena visión y lo bastante alejado para que no se la pudiera ver a ella. Allí se situó y a simple vista pudo darse cuenta de que el joven no estaba solo. Había alguien con él; estaban en la habitación que desde la casa del cerro quedaba oculta; ahora la mujer descubrió que se trataba de un estudio en el que también había una cama. Y allí, en el lecho, dos cuerpos yacían abrazados y realizaban todos los juegos previos al coito. La mujer sintió una extraña excitación; colocó las lentes ante sus ojos y miró con avidez; aunque la visión no era clara por la escasa calidad de los prismáticos y por el difícil escorzo que mantenían las figuras, acertó a descubrir que la pareja del joven era otro hombre; eso la sorprendió sobremanera, no se le había pasado nunca por la cabeza la posibilidad de que fuera homosexual; y le provocó una excitación aún mayor; sentía un calor abrasador que le subía desde el epicentro al corazón y le nublaba la cabeza. Y siguió observando. Aquellos dos cuerpos masculinos se movían con compenetración perfecta y los besos que intercambiaban eran tan apasionados que la mujer casi podía sentirlos en su propia boca, profundos y húmedos, haciéndole gemir de gusto. Siguió contemplando la escena hasta que le sobrevino el clímax, pero ellos aún se demoraron un tiempo. Y cuando por fin se separaron y ella pudo verlos, la impresión estuvo a punto de bloquearle la mente: el amante solícito y apasionado del joven que ella anhelaba era su marido. De pronto comprendió ausencias y razones que sólo eran excusas. Comprendió de repente y de una vez por qué su marido aceptaba una esclavitud sexual respecto a ella que sólo podía humillarlo: de esa forma purgaba él su sentimiento de culpa por el doble engaño.Repentinamente, soltó una carcajada; acababa de darse cuenta de una cruel ironía: era la primera vez que alcanzaba un orgasmo gracias a su complaciente marido. Y rió y rió hasta que lágrimas amargas le anegaron el rostro y comprendió que acababa de dar el salto al abismo terrible de la locura.

Raquel Méndez Primo, 2006

Amor verdadero


Nunca recibirás, amor, la rosa blanca que desearía dejar cada mañana sobre tu mesa para alegrarte la jornada; no recibirás nunca en tu casa la docena de rosas que desearía enviarte cada tarde para que su belleza y su fragancia la impregnaran. Nunca, mi amor, verás en mis ojos lo que siento ni mi voz dejará traslucir cuánto te amo. Querría cogerte de la mano y pasear, compartir contigo un café, una sesión de cine, una cena romántica en cualquier lugar encantador... Querría poder compartir tus desayunos y tus noches, caminar contigo bajo la lluvia, querría hacer todo eso que hacen los demás enamorados. Pero nunca te diré "Te amo". Ni te daré ninguna muestra de mi amor.


¿Qué pensarías si, al llegar cada mañana a tu trabajo, vieras adornando tu mesa un rosa blanca? ¿Qué sentirías al recibir cada tarde una docena de rosas sin saber quién las envía? Tal vez empezarías sintiéndote halagada, comenzarías a imaginar un romántico caballero enamorado al que terminarías deseando conocer; probablemente intentarías descubrir la verdad y quizá llegarías hasta ella. ¿Qué ocurriría entonces? Sufrirías, sin duda. Y yo te quiero demasiado para hacerte el menor daño. O tal vez te inquietarías y te invadiría el temor, podrías llegar a creerte objeto de deseo de un desequilibrado del que no sabrías qué esperar. Te amo demasiado para robarte la tranquilidad.
Seguiré ocultando lo que siento porque no tengo otra salida. Es así de duro y de sencillo. Seguiré amándote y no te lo diré ni te lo demostraré nunca por una razón que sin duda entenderías: yo soy lesbiana; y tú, una hermosísima hetero dotada de exquisitas imperfecciones que te hacen única y PERFECTA.

Raquel Méndez 2006

De soledades y desazón


Se sentía solo. Encendió el ordenador y se conectó al messenger con la esperanza de encontrar a alguien con quien hablar. No necesitaba desahogar penas, ni hacerle confidencias a nadie, no necesitaba hombro sobre el que llorar, sólo charlar, un interlocutor que leyera y del que leer cuanto tuviera a bien teclear. Nadie de entre sus contactos estaba al otro lado.
Con una extraña desazón, fue a la cocina y sacó de la cerveza un botellín casi helado; se dirigió de nuevo a su estudio y volvió a sentarse frente al ordenador. Nada había cambiado en ese par de minutos. Revisaría el correo, tal vez tuviera algún mensaje que responder. Escribió su contraseña y comprobó que todo era antiguo, no había entrado nada aquel día. Empezaba a sentirse un poco agobiado. De pronto recordó algo que le había dicho un compañero de trabajo unos días atrás referente a la existencia de algo llamado blogs, un espacio en la red donde uno podía escribir todo aquello que se le ocurriera. Pensó que quizá fuera interesante o cuanto menos entretenido curiosear en algunos, pero no tenía idea de por dónde empezar. Fue a la barra del buscador, tecleó la palabra "blogs", pinchó en el primer resultado, "Crea tu propio blog". Decidió probar, tenía ciertos conocimientos de informática, aquello no podía ser muy difícil. Eligió una plantilla, buscó la manera de empezar a escribir y al fin se encontró ante un recuadro que con su impoluta blancura le invitaba a ello. Se quedó allí, mirando la pantalla y bebiendo cerveza durante unos minutos en los que su mente parecía vacía de cualquier pensamiento coherente. Dio el último sorbo al botellín y al mismo tiempo que éste se vaciaba se llenó de repente su cabeza con una frase que fue el comienzo:

"Se sentía solo. Encendió el ordenador...."

© Raquel Méndez Primo, 2007

Relato erótico


Se abrazaron sosegadamente. Se enlazaron estrechamente, sin brusquedad y sin prisa. Luego, una mirada cómplice y los besos: besos breves y suaves, uno, otro y otro más; tras ellos, un beso lento, húmedo y profundo que se prolongó mientras ella le desabrochaba sin verlos los botones de la camisa, acariciando cada milímetro de la piel tibia que iba quedando al descubierto. Y ahora él le descubre los hombros, los besa, sube despacio por el cuello, lamiendo esa piel que tan bien conoce, se demora en el lóbulo de la oreja, le respira en la nuca, donde sabe que a ella le excita... Se despojan uno a otro de todo lo que les impide amarse cuerpo a cuerpo, piel con piel. Desnudos, se echan sin dejar de abrazarse. Se regalan besos y miradas, él le acaricia con su sexo cada milímetro de su piel suave y blanca, ella se lo besa y juguetea con ello entre sus labios. Ahora él se desliza por sus senos y su vientre hasta el recóndito rincón oscuro y placentero que ella le ofrece para que pose en esos labios los suyos de hombre en celo. Y él acepta el íntimo ofrecimiento y posa allí sus labios, y lame con fruición lo más oculto de ella, que gime y goza de la húmeda caricia de esa lengua cálida y apasionada. Él retrepa hasta sus pechos y los acaricia y aspira su olor único y los besa para después lamer la areola rosada y los pezones erguidos. Ella escapa y, ya sobre él, recorre su espalda acariciándola con la punta húmeda de la lengua con toques diestros y precisos, deslizándola por su espina dorsal hasta el borde de las nalgas. Allí se detiene y le mordisquea juguetona los glúteos, mientras él se excita más y más. La pasión va invadiéndoles las venas y se les hace sangre. Ella lo retiene entre sus caderas, se enredan sus lenguas en un beso inacabable y él la penetra con delicadeza inesperada. Se mueven rítmicamente, y cada embestida les arranca un gemido de placer incontrolable. Ella le recorre la espalda con las manos una y otra vez y se detiene ahora en sus nalgas, acaricia largamente la hendidura y él apresura el movimiento; ella le penetra ahora y él cree morir de placer, perdido entre sus piernas suaves e interminables y presa de los dedos incisivos y sabios de la mujer a la que desea como nunca antes deseó a otra. No hay mundo, no hay tiempo ni hay espacio, se ha detenido la vida, se ha concentrado como una esencia en ese largo instante de pasión infinita y devoradora. Ella acaricia su interior y él la ama con su sexo y con todos sus sentidos exacerbados por el gozo que ello le proporciona. Gime ella sin tregua, gime sin tregua él y llega el éxtasis: un doble alarido de placer desemesurado hiere el aire y ellos ahora descansan abrazados amándose de otro modo.

© Raquel Méndez Primo 2006

Playa del Sur


Fotografía: Playa del Sur (Michael Khan)

Todo sucedió en una Playa del Sur. Me enamoré, se enamoró. La diferencia de edad no era un obstáculo para nosotros. El verdadero problema era la actitud de su hijo. Vivían juntos en la casa de la playa, con absoluta libertad ambos, pero con la semi-dependencia emocional que supone una relación de auténtico amor. Su hijo no me aceptaba, creía que no era más que una cazafortunas que pretendía, y lo había conseguido, engatusar a su padre para vivir a su costa. Su padre no era un multimillonario, pero sí disfrutaba de una holgura económica que podía convertirlo en objetivo de ese tipo de mujeres, así que yo comprendía la actitud de ese hijo cariñoso que, en realidad, lo único que pretendía era proteger a su padre de lo que él creía una relación peligrosa. Esa comprensión facilitó las cosas cuando decidí marcharme. Le expliqué mis razones:

- Tu hijo no me acepta, lo sabes. Y si no me acepta terminará alejándose de ti y eso te hará daño. No quiero que eso ocurra. Te quiero demasiado para hacerte pasar por eso. Lo mejor es que me vaya.

Intentó convencerme, pero seguí haciendo mi maleta. Cuando lo tuve todo listo, él me ayudó a cargarla hasta el coche. Nos abrazábamos sin ser capaces de separarnos cuando oímos unos gritos acercándose y haciendo resonar mi nombre. Su hijo llegó hasta nosotros.

- Papá, me gustaría hablar un momento con ella- pidió.

Su padre, sin excusas absurdas, se alejó. Y entonces, cuando él ya no podía oírle, el hijo me habló:

- Lo siento.

- ¿El qué?

- Mi actitud. Soy un estúpido. Estaba totalmente equivocado contigo.

Algo en mi rostro debió de sugerirle la pregunta que no formulé. Y respondió a esa interrogación muda.

- Oí accidentalmente vuestra conversación. Ahora sé que le quieres. No sé cómo no lo vi antes. Al fin y al cabo, le queremos los dos, eso tenemos en común. Es un buen punto de partida para que seamos amigos. Por favor, quédate.

Le sonreí y saqué la maleta del coche en silencio. Me sugirió que le diéramos a su padre una sorpresa. Él se adelantó para prepararla.

Lo seguí y esperé en el porche, donde su padre no pudiera verme, el momento oportuno para reaparecer.

Cuando entré y vi sus ojos, supe que ya no volvería a separarme de él, que siempre nos amaríamos en la solitaria, tranquila y preciosa Playa del Sur.


© Raquel Méndez Primo 2006



Oigo el estimulante gorgoteo del líquido bullendo en la cafetera, subiendo desde el depósito inferior hasta casi rebosar. La retiro del fuego y aspiro ese aroma vivificante y único que despierta mis sentidos aún algo embotados por el sueño de una noche que casi ahora vio su fin. Cae el líquido oscuro y caliente en el pote como del caño de una fuente de manantial vitalizador y saludable. Le añado leche y el color va aclarándose mientras remuevo el café con la cucharilla, hasta adquirir un tono ligeramente más suave. Ya está listo para saborearlo. Nada de azúcar, un buen café manchado y casi amargo, para empezar a vivir otro día. Mientras tomo el café, sin prisas, veo a través de la ventana cómo el sol va elevándose despacio allá, en la línea de un horizonte casi oculto por árboles y casas de fachadas blancas. Está naciendo la mañana y yo renazco a este nuevo día gracias al sabor fuerte y tonificador de la infusión. Aspiro su aroma delicioso, todos mis sentidos se recrean en cada sorbo. Prolongo este primer momento del día, bebo despacio, deleitándome con el sabor y el olor de este manjar líquido y exquisito. El silencio envuelve este rito solitario y placentero. ¡Qué calma! ¿Cuánto durará? Lo que dure el silencio, lo que dure el placer de este primer y solitario café de la mañana.


© Raquel Méndez Primo 2007

Añoranza

Ahora que estoy lejos, amor, todo mi cuerpo te añora. Añoran mis oídos tu dulce acento, el son dulce de tus palabras. Añoran mis ojos la luz de los tuyos, amor. Añora mi boca tus besos. Añoro el olor fresco de tu piel y su tacto tibio y suave. Añoro el peso de tu cuerpo sobre el mío, el latido de tu corazón sobre mi pecho. Mi cuerpo no existe si no lo modelan tus manos, cuando ellas lo dibujan cobro la conciencia de mí misma, la conciencia de mi cuerpo modelado por tus manos, amor. Ahora que estás lejos, mi bien, te añoro. No me olvides.

Hastío


Tenebrismo (Raquel Méndez)


Ante los ojos, sólo sombras. El alma deshaciéndose en jirones nominales, cheques canjeables por tristezas. La vida deshaciéndosele en lluvias infecundas. Y la muerte haciéndole el cortejo, en un frustrado juego de seducción. El peso de un inmenso hastío haciendo ceder todo bajo sus pies.

Esa noche tuvo en sus manos la muerte, redonda, blanca, diminuta y múltiple. Pese a su aparente levedad, resistió el único hilo de cordura sobre el que aún se mantenía en un frágil equilibrio casi imposible.

Venció, y sintió el pánico de lo no ocurrido. Resistió el hilo. Pudo no haberlo hecho. Y entonces se habría sumido en la nada.

Se vio a sí misma penetrando la tiniebla de la locura, sin consciencia ni miedo, ni sentimiento alguno. No era terrible, no era pavoroso, ni temible, no era NADA.